La historia enjuiciada: liberalismo y marxismo

Conversando a lo largo de un par de años con un amigo mío que tiene posturas cercanas a la izquierda revolucionaria, he aprendido mucho sobre estas ideas y cómo entender el pensamiento de quienes siguen creyendo que la revolución socialista es una meta noble y digna de admiración. Lo respeto mucho; mi objetivo no es que él se convierta en un liberal ni convencerlo de que el capitalismo es el sistema adecuado para el progreso de los países, pero me gusta ponerlo en aprietos argumentales. En varias ocasiones he sido yo el que se ha visto en esa situación; pero a medida que mis puntos de vista filosóficos y políticos han ido gravitando hacia el liberalismo, he ido pensando mejor cómo responder a estas interrogantes y así reafirmar mis ideas al contrastarlas con otras radicalmente distintas.
Muchas conversaciones quedan inconclusas ya que se dan en un contexto festivo (en buen chileno, carrete) en el que él hace de anfitrión y debe atender a otros invitados. Los debates pueden quedar inconclusos, pero son tan apasionantes que es inevitable la continuación del debate en mi cabeza; es por eso que ahora quiero llevar esta reflexión a la palabra escrita.

En el último carrete al que fui, nos encontrábamos bebiendo cerveza y él me mostró una lata en la que aparecían dibujos de personas bailando alegremente y ostentando una vestimenta típica alemana.

-Mira, esto es lo más conservador de Alemania- comentó.

-Pero son las tradiciones, no son sólo los conservadores los que lo usan- respondí risueñamente – ¿Tú crees que en Alemania Oriental no lo usaban?

-Claro, pero no era la idea que se anclaran en sus tradiciones- dijo. Con esta frase él se refería a que la revolución socialista estaría incompleta si permite que el conservadurismo intervenga en sus planes de crear una nueva cultura. Supone una peligrosa homologación de las tradiciones con la resistencia al cambio, y no comparto esa postura.

-Okey…- Bebimos un sorbo de cerveza y sacamos una salchicha (o “vienesa”, muy ad-hoc al tema de las tradiciones germanas) de la parrilla. Le dije, -Pero por ejemplo durante la Revolución Cultural China trataron de quitar tradiciones milenarias, imagínate eso. No se puede y no está bien hacerlo.

-Pero no puedes hacer un juicio histórico de ese momento en el presente- respondió, usando un recurso argumentativo bastante convincente, pero no del todo. -Fue una buena revolución. En China mandaron a los intelectuales a los campos a trabajar para que colaboren con los verdaderos proletarios.

-Tienes razón, los mandaron allá cuando podían haber estado leyendo y escribiendo más cosas…

-¡Los intelectuales que se la pasan sólo leyendo y escribiendo no sirven!- exclamó entre risas.

-¡Es verdad, tienes razón!- le contesté. -Me parece bien que dejen su labor para preocuparse por los campesinos, no dudo que haya una buena intención detrás de eso. Sin embargo, los efectos de la colectivización de la tierra fueron terribles… ¿Cuántos muertos?

-Pero no puedes hacer ese juicio, porque para imponer cualquier ideología a lo largo de la historia ha tenido que morir mucha gente. En la etapa imperial de China también ocurrieron grandes matanzas por imponer ideas. El liberalismo en África, por ejemplo el que impulsó el Rey de Bélgica, mató mucha gente en busca de nuevos mercados.

-Yo no diría que fue el liberalismo, aunque sí el capitalismo. Claro, murió mucha gente por culpa de los imperios de la época, pero volviendo a China… Recuerda lo que dijo Deng Xiaoping: “No importa que el gato sea blanco o negro, mientras pueda cazar ratones es un buen gato”. ¿Qué piensas de esa frase? 

-¡Una mierda de frase!- respondió confiado, con la sonrisa intacta.

-Pero ¿cuál sería, según tú, el motivo que tuvo China para dar un giro hacia el capitalismo?

-Lo que ocurrió es que la burocracia estatal se aburguesó al tener privilegios.

-Noo…- le dije, pero la conversación fue interrumpida cuando llegó otro amigo a poner más vienesas en la parrilla. Y el carrete siguió su curso… Ahora, durante la semana, ese debate sigue rondando mi mente.

Jóvenes chinos marchas llevando un retrato de Karl Marx, en septiembre de 1966 durante el lanzamiento de la Revolución Cultural promovida por el líder Mao Zedong.

Jóvenes chinos marchan llevando un retrato de Karl Marx, en septiembre de 1966 durante el lanzamiento de la Revolución Cultural promovida por el líder Mao Zedong.

Claro, lo que ocurre aquí es que mi amigo intentó evaluar la historia del liberalismo y la del capitalismo, cuando estos conceptos no son lo mismo. Además, como bien señala él, es difícil hacer un juicio de una ideología por su pasado cuando no necesariamente se respetan todos sus principios teóricos en el plano práctico. Sin embargo, es necesario enjuiciar al liberalismo y el marxismo, a las religiones y a cualquier otra corriente de pensamiento de cualquier momento histórico porque los jóvenes miramos hacia el futuro.

Aunque suene cliché, para mirar al futuro tenemos que mirar hacia atrás y aprender de los errores de seres humanos de tiempos pasados: personas como nosotros, con pasiones, temores y proyecciones. No somos tan distintos de ellos, somos sus herederos digitales, los protagonistas de estas primeras décadas del siglo XXI. Y como tales, somos susceptibles de cometer los mismos errores, pero también de aprender de sus grandes aciertos.

Entonces, a grandes rasgos, estas son las dos diferencias fundamentales entre el capitalismo (o liberalismo económico) y el liberalismo como ideología política: el primero es un sistema económico en donde se busca un beneficio a través de la propiedad privada de los bienes y estos se transan en el mercado. Este beneficio va a quienes son dueños de los bienes de capital, es decir, lo bienes usados para producir otros. Si el dueño del capital tiene trabajadores asalariados, los salarios son parte del costo de producción; los obreros venden su trabajo (capital humano). El capitalismo puede existir perfectamente sin el liberalismo político (y así ha sido por la mayor parte de la historia de este sistema económico); pero el liberalismo también es una ética.

  En el plano político, los liberales creemos en la libertad de expresión, la libertad de asociación, la libertad de elección, la libertad de educación, pregonamos la inviolabilidad de los derechos individuales y la propiedad privada. Somos republicanos, creemos que todos los seres humanos son sujetos de los mismos derechos y merecen igualdad ante la ley. No creemos en los privilegios arbitrarios como los que gozan las monarquías y los nobles, aún hoy día, en varios lugares del mundo.

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Entonces perfectamente puede existir un sistema capitalista en el que el patrón maltrata y explota a los obreros y les niega la propiedad de sus bienes, no hay igualdad ante la ley y no hay derechos, como denuncia el pensamiento marxista. El liberalismo no defiende el sistema capitalista por estas razones, sino que su defensa de la libertad individual en todos los ámbitos mencionados trae como consecuencia la defensa de la libertad económica: un sistema en el que los bienes de producción son privados (es decir, de los ciudadanos independientes del Estado) y no de un poder centralizado. En una república liberal, nadie tiene el derecho de maltratar a otro ni negarle su derecho de propiedad. Nuestro objetivo no es la búsqueda de mayores ingresos a costa de otro, sino que es el respeto por el otro y la cooperación voluntaria con él. Entonces ¿quiénes son los verdaderos liberales? No son los defensores del capitalismo a secas, sino de los principios de la filosofía liberal.

Es por eso que, al explicar el giro capitalista de China en la conversación con mi amigo, no puedo nombrarlo dentro de los países liberales ya que las libertades políticas en este país del Lejano Oriente son nulas; el Partido Comunista Chino goza de privilegios, controla todo el aparato estatal y acalla a sus opositores.

También tocamos el tema de las tradiciones. En varias sociedades se abandonan voluntariamente algunas tradiciones con el paso de los años y otras terminan siendo desestimadas por no estar en concordancia con los nuevos valores de una sociedad. Pero querer eliminar por medio de la violencia todo vestigio de una cultura para crear un “hombre nuevo” con una cultura acorde a la impuesta ha dado resultados nefastos. No me parece correcto suponer que hay una cultura adecuada a los nuevos tiempos que debe reemplazar a las anteriores. Ocurrió con los códices aztecas, que los conquistadores españoles quemaron para facilitar la conversión de los indígenas mesoamericanos al cristianismo; ocurrió bajo la dictadura de Francisco Franco en España cuando el uso público de la lengua catalana fue prohibido; y ocurrió en China con la persecución de los budistas y los taoístas durante la Revolución Cultural.

Sin embargo, me pude haber equivocado al argumentar que fue sólo el capitalismo y no el liberalismo lo que estuvo detrás de la expansión imperialista en África. Acabo de revisar un artículo que afirma que Alexis de Toqueville, autor de la obra “Democracia en América”, estuvo a favor de la invasión francesa de Argelia ocurrida en 1830[1], mientras que Adam Smith denunció el imperialismo británico en las 13 colonias norteamericanas. Cabe señalar además, que esta expansión se dió en el contexto del capitalismo mercantilista, en el que las potencias europeas financiaban empresas privadas de conquista que eran acompañadas por un fuerzas militares. ¿Puedo decir que Toqueville no era un liberal por haber estado a favor de despojar a los argelinos de su propiedad y de su vida, derechos fundamentales de todos los individuos? No creo que sería justo dada su contribución al liberalismo en otros ámbitos.

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           Francia colonizó Argelia en el siglo XIX

Ese es el problema que plantea mi amigo al intentar evitar hacer un juicio histórico del comunismo en China; más allá de las contradicciones entre la teoría y la práctica, todo tipo de ideologías han causado grandes matanzas. Pero, como afirmé antes: podemos identificar los errores en la historia y también los aciertos que nos han llevado en la dirección que queremos. No se trata de ocultar, por mi parte, los crímenes que han sido perpetrados en nombre “la libertad”, sino de reconocerlos y avanzar a una idea más global de lo que significa ser un liberal en el siglo XXI. Esta corriente de pensamiento está lejos de ser perfecta o uniforme, tampoco tiene la receta para eliminar todas las injusticias del planeta. Y eso es lo que me gusta, porque para hacer del mundo un lugar mejor no basta con ir detrás de un sueño utópico; yo estoy convencido de que hay que tener los pies bien puestos en la tierra y defender las ideas que realmente nos lleven a un mayor bienestar.

No tengo por qué estar de acuerdo con esa postura imperialista de Toqueville para estar de acuerdo con el liberalismo.  La pluralidad de corrientes liberales, libertarias o incluso anarcocapitalistas da la posibilidad de nutrirse enormemente con cada lectura, aceptando o rechazando ciertos principios. Y eso ocurre con el marxismo también. Es después de ese proceso que podemos evaluar ambas ideologías por lo que realmente representan para cada uno de nosotros y si están en concordancia o no con nuestros valores.

Para acercarme desde los lejanos aires de China y Argelia al caso chileno, quiero poner como ejemplo un video de Youtube en el que el recientemente fallecido Francisco Rosende explica ante un público de jóvenes liberales como fue que el modelo económico impulsado por los Chicago Boys logró reducir drásticamente la pobreza y dar una mejor calidad de vida a muchas familias que conformaron una nueva clase media. Alguien del público le comenta que, a pesar de sus avances, el modelo estaba siendo cuestionado porque la derecha en Chile sólo fue liberal en lo económico y conservadora en lo moral, no defendió los principios liberales; no basta con tener un modelo económico capitalista, buscamos vivir en una sociedad libre.

Los Chicago Boys defendieron la libertad desde un punto de vista económico, pero el liberalismo también es una ética

Por eso, con la claudicación de la dictadura militar, la memoria histórica chilena fue tomada por la izquierda. Escuchamos sobre los horrores de la calle Londres, las persecuciones de la DINA/CNI, la corrupción de Pinochet y miembros de su familia, la complicidad de la derecha. Los liberales rechazamos enfáticamente la supresión de los derechos y la tortura, incluso cuando afecta a quienes no comparten nuestro pensamiento. Pero en este relato no está presente una explicación del fracaso económico del gobierno de Allende, de las expropiaciones o del clima de violencia que se arrastraba desde los años 60. No está presente en ese discurso una crítica de la ideología marxista que fomenta el odio entre las clases, o de los chilenos comunistas que viajaron a nuestro país vecino, Perú, a participar de la insurgencia y de los atentados terroristas más mortíferos ocurridos en América Latina durante el siglo XX.

Necesitamos conservar la memoria de esta época para que no repitamos ni la dictadura militar ni el fallido experimento socialista. Solo se ha hecho este trabajo a medias, pero dando a conocer las ideas de la libertad es posible completar esta difícil tarea. Al mostrar la otra cara de la historia, podemos empezar una revolución del pensamiento liberal en Chile.  Ya pasó lo peor con Venezuela, que después de décadas de corrupción e inestabilidad, tomó el camino socialista del chavismo y ahora sufre una terrible escasez. Valoremos la libertad, porque en América Latina tropezar dos veces con la misma piedra es una tentación peligrosa. Por eso debemos hacer, sin miedo, un juicio histórico sobre estos temas.

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[1] http://www.la.utexas.edu/users/chenry/civil/resources/PittsAPSA.htm

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